Reconocimiento es algo que no es fácil todavía encontrar en nuestra cultura, que suele ser dura con los agradecimientos y con los demás. «No parecen cosas de `hombres» (sic).

Reconocer es como un plus de conocer, algo que lo acentúa. Bien, pues he terminado mi cuatrimestre y ha habido muchos «reconocimientos». Primero, por el formato de trabajo y de presentaciones que ha dado pié al «reconocimiento», como formato importante para aprender y consolidar lo aprendido, volviendo y reencontrándonos con el conocimiento, normalmente en segunda instancia, aplicado; y segundo, porque «nos hemos aplaudido». Si tuviera que hacer un balance final del curso diría que no podríamos bajar de «ponernos» un sobresaliente, y así nos lo reconocimos mutuamente, alumnos y profesor, en el aula, los últimos días.

El aplauso fue la expresión externa del reconocimiento que se sentía y veía en las caras, en las sonrisas, en una cierta nostalgia de no volver a encontrarnos en situaciones similares, y en la conciencia de haber vivido algo diferente, algo cooperativo, participativo, grupal, con un proyecto, con un proyecto claro de innovación educativa, donde todos los participantes actúan y buscan conocimiento y aplicaciones pensando no sólo en cada grupo, sino en los otros, a los que aspiran también a enseñar y a participar en su proceso de conocimiento. Ha sido una gran experiencia.

Ayer me costaba pensar que no me encontraré con una de características similares hasta dentro de un año. He aprendido mucho, y creo que mis alumnos han aprendido tal vez el doble o probablemente más de lo que es habitual: sus sonrisas lo atestiguan. Ahora toda lo peor: ¿como se puede estar obligado a evaluar diferenciadamente todo este trabajo? ¿Es posible? Si es posible, pero también, sabemos que es finalmente en parte, al menos, injusto, aunque siempre podemos optar por releer «La Crítica del Programa de Gotha» y pensar que la mejor justicia es la que se aplica de forma desigual, teniendo en cuenta cada circunstancia. No dedicaré más espacio a hablar sobre algo que odio, pero que tengo que hacer, evaluar a alguien.

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Aún los peores -¿si existen?- de mis alumnos han trabajado mucho, han vislumbrado cuestiones que nunca se habían planteado, y han mostrado un gran interés por materias que no hubieran sospechado que fueran realmente importantes para su formación. Todo eso hace un conjunto. Como conjunto, excelente. Por supuesto, todo es mejorable. Siempre pienso cuando termino un curso que el siguiente no va a poder llegar a los niveles de este que termino, pero al final, resulta que el nuevo siempre acaba siendo mejor, porque aprendemos, todos aprendemos y también los participantes están cada día mejor preparados. Claro que están preparados para disfrutar de libertad y de cooperación -igualdad y fraternidad-, pero tal vez no lo estén tanto para competir, para «opositar» o para reproducir apuntes en exámenes crípticos.

A cualquier persona que se le da la oportunidad de aprender, a partir de sus propias necesidades, pone motivación, interés y aprende, aprende mucho, seguro y siempre. Esta es mi experiencia. Facilitar espacios de aprendizajes, de intercomunicación, de cooperación, de participación, de intercambio, de respeto, …… es una de las tareas de un profesor que se precie de tal. Eso es lo que pienso. Y todo eso produce reconocimiento y sonrisas. ¿Se puede pedir más? ….. Bueno, para los perfeccionistas siempre es posible más ……. pero sinceramente, es mucho. Gracias a todos mis alumnos por haberse enrollado con su propia libertad y responsabilidad. Un abrazo a todos y todas.

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