Perplejidad: 30% más de beneficios

El espectáculo de «más y más». Esa carrera loca que llenaba de titulares los periódicos y en la que las grandes corporaciones cotizadas en bolsa anunciaban «un incremento mayor al 30% en los beneficios» de un año para otro y de un trimestre a otro …… esa carrera parece que ha terminado -¿provisionalmente?-, aunque todavía quedan quienes piensan que es bueno seguir mostrando «sin vergüenzas» los éxitos y los nuevos records. Ahora mismo ya no está bien visto, y de alguna forma, lo «políticamente correcto» es no mostrar excesivamente «esos pecados».

Si algo ha tenido característico la última fase del ciclo económico, desde mediados de los noventa, aproximadamente, y especialmente según iniciamos el «nuevo milenio», ha sido esa desvergüenza continuamente reiterada, con el aplauso exigente de los inversores-capitalistas que demandaban más y más «pan y circo», y al tiempo atraían nuevos inversores, «los últimos de la fila», que serán los que pagarán los platos rotos con mayor intensidad -hay que aclarar que los últimos de la fila siempre son los mismos, aquellos que son atraídos por la fiesta y quieren participar en ella, pero llegan tarde, cuando todas las parejas ya se han formado y tienen que volver de vacío a casa, o hasta deprimidos, porque todos «van a mojar», menos ellos; no olvidemos tampoco que el capitalismo ha ensalzado precisamente la marginalidad, como pauta para marcar precios y resultados, pero no todo lo que reluce es oro, puede ser que sólo brille a distancia, pero según te acercas te des cuenta de lo que realmente es, sólo algo que brillaba, pero nada más-.

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Pues bien, el «espectáculo de la bolsa», como inicia en cabecera Intereconomía sus programas matinales, era todo un espectáculo, una gran fiesta, donde se demandaba más y más records en cuanto a la presentación de resultados-beneficios por encima de los otros. Tanto que los PER, Price of Earning Ratio, o relación entre Cotización y Beneficio fueron elevándose hasta cotas incomprensibles. Muchas empresas llegaron a cotizar un PER de más de 30 veces el beneficio -y mucho más-. Con otras palabras, los que entraban a esos «precios-cotizaciones» no pensaban en el beneficio distribuible, o dividendo, sino y sobre todo, en que la acción siguiera creciendo desorbitadamente en función de expectativas que parecía que nunca iban a declinar. Es decir, casi todos los inversores financieros pensaban en ganar especulando, no ganar invirtiendo a largo plazo, sino operar en cortos. Los PER seguían subiendo y los expertos (sic) que podían haber advertido de los peligros de especular, no lo hacían, porque si lo hubieran hecho, podrían haber «parado» la locura especulativa, y «si estamos ganando y seguimos ganando …..» qué más da como lo hagamos.

Las grandes corporaciones (GC) tenían que seguir mostrando unas tasas de beneficios más y más reforzadas, derivadas de procesos cada vez más explotadores de: a) otros mercados menos favorecidos; b) de la economía competitiva, formada por empresas pequeñas y medianas y que trabajaba básicamente para la gran corporación, y c) de los empleados mismos. Por otro lado, esos maravillosos e increíbles resultados elevaban desproporcionada y ampliamente las retribuciones de los directivos que «los hacían posibles» (sic).

a) Los procesos de transferencias de intangibles y la sobreexplotación derivada de intermediaciones entre países y mercados lejanos se amplió extraordinariamente, y se logró así desplazar y deslocalizar una buena parte de la actividad productiva, para producir una baja persistente y continua de los salarios reales y de los niveles de vida, sobre todo en los países ya asentados, por lo que el mundo de los trabajadores fue perdiendo fuerza hasta quedar completamente bloqueado y sin palabra en un proceso que todavía no ha terminado, y que es uno de los grandes «beneficios» de la globalización para las grandes corporaciones y todo el sistema capitalista: la baja de la tasa media de salarios a nivel global y sobre todo, en los países con mayor nivel de renta. Las intermediaciones se ampliaron extraordinariamente, y lo que se podría llamar transferencia de plusvalía, también.

b) La llamada economía competitiva -ver James O`Connor-, aunque disfrutaba de trabajo y ampliaba en volumen sus ingresos, dada la fase ascendente del ciclo, crecía enormemente, engrosada por transferencias de efectivos desde el mundo de las grandes corporaciones y empresas medias hacia el de pymes y economía sumergida y/o informal. Eso producía una mayor competitividad para la supervivencia de cada pequeña organización y para mantener el nivel de subsistencia en esos colectivos humanos, que tenían que acudir a emigraciones masivas, como las que hemos vivido los diez años precedentes.

c) Por último, los trabajadores de las grandes corporaciones eran reducidos y «rejuvenecidos», con la presión de nuevas generaciones de becarios o similares, igualmente productivas, y más rentables que los experimentados y viejos mastodontes que habían crecido en sus raíces. Se producía una mayor explotación interna en términos humanos, pues si bien los que se quedaban y seguían en ellas podían ser, después de un tiempo, relativamente bien considerados y hasta podían llegar a cobrar las desproporcionadas sumas que les asignaban «lo bien que iban sus empresas», en salarios variables complementarios, la calidad de vida de estos trabajadores disminuía fuertemente, su dedicación, dependencia y alienamiento a jefes, directivos y «empresa» se hacían obligadas, y sus «derechos» se hacían más y más formales y menos y menos reales. Por otra parte, una buena parte de esa fuerza de trabajo, la más experimentada, empezaba a ser expulsada de la organización en edades incomprensibles, favoreciendo procesos de pre-jubilación, que en si mismos no hubieran sido rentables, si no fuera porque la alternativa a este coste era el menor coste de los jóvenes que se incorporaban con contratos de becarios o precarios, sencillamente. La empresa se «rejuvenecía», pero en realidad y en términos tanto humanos como de innovación, se «envejecía»: a) porque los jóvenes venían «amedrentados» por la precariedad y no podían mostrar su libertad y sus aportaciones a no ser que siguiesen la línea ya marcada; y b) porque las GC perdían su experiencia, la de tantos y tantos que eran expulsados al mercado de autónomos o de la economía competitiva, aunque si es cierto que con unas ventajas que no habían nunca tenido los integrantes de ese tipo de economía.

¿Les parece un buen trabajo, un trabajo bien-bien hecho? Pues si, y muy rentable. De esa forma era posible que la tasa de beneficios de las GC siguiese creciendo más y más, sin parecer posible encontrar un límite, máxime teniendo en cuenta que por otra parte, esas mismas GC detentaban a veces más poder que los estados nacionales que pretendían todavía y de forma trasnochada, controlarlas. La globalización no había alcanzado el nivel político, sólo el económico y de las grandes corporaciones, y eso les permitía operar generando espacios de competitividad entre los estados para que llevasen allí sus inversiones o no relocalizasen las actuales.

En cualquiera de los casos, su poder crecía en tales niveles que nadie podía sospechar que la expresión de ese poder pudiera ponerse en entredicho, en ninguna de sus formas usuales y propiamente en las que supuestamente constituían las estructuras del sistema. El «famoso» -y que yo nunca me he creído- «cuarto poder» estaba plenamente instalado en esa estructura de poder y derivaba pensamiento único hacia todos los rincones que lo necesitasen. Y en ese pensamiento, estaba claro, nadie ponía en duda, que las cosas iban bien para siempre -supuestamente habíamos evitado la crisis del capitalismo-, que las cosas eran mejores y más distribuidas, que estabamos acercándonos a un mundo feliz, donde era posible explotar sin que se notase ……..
Y sólo se necesitaba un elemento que se exacerbase y pudiese utilizarse como «terapia de choque» para el mantenimiento de las ovejas en el redil que nos han ido construyendo: y ese elemento no era más que la «simple», pero siempre eficaz, exacerbación del miedo -y si puede ser terror, mejor-. Las torres gemelas «vinieron» muy bien para todo esto. Así, hoy, podemos seguir autodenominándonos democráticos, cuando una buena parte de nuestras libertades individuales se han ido viniendo abajo y dejándonos con «la miel en la boca». Aunque tal vez en parte exageradamente, el Zeitgeist nos explica algunas de estas cosas.

Y miren por donde, los beneficios soñados, aumentarlos un 30% anualmente fue creando una «avaricia de romper el saco», que ahora es difícil de reencauzar, pero que conste que el sistema va a encontrar salidas a esto, y mientras tanto, el flujo de recursos hacia el sistema financiero privado se amplía a cuenta de presupuestos o empréstitos públicos.

Sería muy fácil pensar que estamos en la antesala de algo nuevo, a muchos nos gustaría que fuera así, que el «cambio» es posible …. lo siento mucho, yo no puedo ser optimista. Después de la explotación de los últimos «mohicanos» o «inversores marginales y últimos» a través de las pérdidas del 50% de las cotizaciones bursátiles, y todavía manteniendo PERs excesivamente elevados, esa economía ficticia, pero egoista y acumuladora que es el mundo financiero, retomará alas y nuevamente empezarán a ganar a cuenta de aquellos que todos los días aportamos nuestro esfuerzo para que ellos vuelvan a encontrar ese nirvana del 30% de aumento de sus beneficios. Siento no poder decirles que las cosas han llegado a tal extremo que el cambio o la revolución es posible, y que podemos humanizar algo todo este tinglado ficticio, pero efectivo en la destrucción del ser humano. Pero una cosa es lo que a uno le gustaría, y otra muy distinta, lo que va a ser, a pesar de nuestros gustos.

Seguiré otro día con mis perplejidades. Al menos, todavía, puedo expresarlas y hay que aprovechar que todavía quedan resquicios al pensamiento único.

Para compensar un poquito de samba gafieira, bien bailadita

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