Antroido: recuerdos y reflexiones

Domingo de carnaval: ¡cuánto recuerdo mi infancia cuando estoy en mi tierra de «antroido»! De pronto, vienen a mi mente imágenes y representaciones un tanto diluidas, pero que he ido reconstruyendo y hasta idealizando en mi mente con el paso de los años.

Me recuerdo disfrazado de choqueiro en la calle Vizcaya, me recuerdo tirando petardos y «buscapies», me recuerdo escondiendome debajo de una sábana o de una capa, con careta, y curiosamente no recuerdo anecdotas, aunque sí experiencias, experiencias también diluidas, no muy claras, pero placenteras. Contaba ayer a mis hijos y nietos que vivía cerca de una de las calles del antroido en Coruña, la calle Vizcaya, que se llenaba de gente bulliciosa, precisamente en esos días, gente que surgía de cualquier parte, pero de pronto, la calle, una calle con cuesta, se llenaba de gente, mucha de ella disfrazada que reía y sonreía, que se metían unos con otros, que todo era un gran jolgorio, que uno no veía más que en la medida en que ese jolgorio se le presentaba delante, porque tal vez por ser yo todavía pequeño, me parecía que la calle estaba llena de gente. Pero esa representación no es completa. La gente hablaba de personajes que todavía no habían llegado a la calle o que todavía no habían sido vistos, y que siempre montaban sus números carnavaleros.

Pero hay un mucho de intemporal en mis representaciones. Dado que dejábamos de tener clase en donde estudiaba desde el miércoles o jueves de a semana anterior, pienso que todos los días había carnaval en la calle, cosa que no debía ser del todo cierta, dado que los grandes días del carnaval siempre han sido domingo, lunes y martes. Salíamos a la calle de «choqueiros», y veo que en la calle de la Torre sigue existiendo un encuentro de choqueiros, pero parece ser que sólo es un día, el martes, que todo el mundo sabe que es el gran día. De todas formas, el lunes me acercaré por Coruña para saber como está la calle. La mayoría de las empresas y administraciones no trabajaban, y podré comprobar si el ambiente por la calle, con las comparsas sigue siendo tan animado como he representado en mi mente que era cuando yo era pequeño.

O «Entroido» estaba lleno de experiencias. Recuerdo una, que tal vez viví o tal vez me la contaron, pero estoy seguro de que si la viví, en el entierro de la sardina en el Rio de Quintas. Iba muy animado, y estábamos en la puerta de la casa donde nací, mi madre, mi abuela, mi tía Sara y yo, que tendría cinco o seis años. Se acercó alguien con máscara y muy bien vestido como de pastelero, y era mi abuelo Manuel, al que al principio no reconocí, que nos ofreció unos pasteles que no eran tales ….. a mi me parecieron buenos y quise comerlos, pero él no me dejó hacerlo, tenía sus razones ….. porque eran un engaño típico de entroido o antroido -siempre le he llamado antroido y no como ahora se empeñan en poner con e, supongo que en esa manía normalizadora que invade y uniforma innecesariamente nuestro idioma-. Las bromas se sucedían en estos días, y el hecho de ir enmascarados permitía que las mismas se hicieran algo más pesadas que de costumbre. Resultaba también curioso que muchos hombres se disfrazasen de mujeres, aunque se les notaba, a la mayoría, pero era un disfraz muy común. Yo nunca me disfracé de mujer …. por eso tal vez me chocaba tanto.

He vivido como viajero muchos carnavales ya, y encuentro en ese antroido callejero, sin orden ni concierto de mi ciudad algo diferente, tal vez porque se me representa en la mente idealizado y tiendo a buscar aquellos detalles que recuerdo o he pensado, ocurridos o no, en esa etapa de mi vida. Cada carnaval es distinto, y aún algunos te decepcionan cuando te acercas a ellos, y otros te asombran. Pero siempre ocurre que no es tanto lo que se ve, como lo que se vive. Yo vivía el antroido en mi ciudad, y sin embargo, no he podido hacerlo en otras, donde no fui más que un observador más. De todas formas, me gustó hace ya años el carnaval de Montanchez en Extremadura, el de las favelas de Rio mucho más que el sambódromo y sus escuelas de samba, la estética de la ciudad, de la ciudad estética por excelencia, Venecia, también viví muy de cerca el jamaicano de Londres. Pero sin duda no es lo mismos verlo que vivirlo.

Ayer me dijo una de mis hijas que en donde estoy, el mejor carnaval o que tenía más fama era el de Cariño. Nos acercamos toda la familia, disfrazados a Cariño, pero sólo iba de tasca o de bar en bar, y no había ambiente, aunque como íbamos con dos niños, tuvimos que regresar temprano, antes de las doce, y ahora todas las cosas se hacen después de la una o dos de la madrugada, ya sabemos. Sinceramente, si para pasarlo bien en el carnaval hay que estar bebido y tener que esperar hasta las dos de la mañana, no me vale la pena, me parece más bien penoso y muy poco lúdico, porque ¿donde está lo lúdico, en emborracharse? Nuncas encontré placer en emborracharme ni en tener que esperar a las dos de la madrugada para pasarlo bien. Prefiero hacerlo en cuanto anochezca, y ahora anochece a las siete y media de la tarde. Vivimos tantas «fiestas» (sic) que creo que no sabemos apreciar bien el sentido de las fiestas, porque no son excepcionales.

Recuerdo en este sentido que mi madre hacia filloas el domingo de carnaval, y orejas el lunes de carnaval. Sólo una vez al año. Costumbre que he heredado yo: sólo hago filloas -y me salen muy buenas- una vez al año, últimamente dos veces, una para mi familia, y otra para los amigos. De esa forma, comiendo filloas una vez al año, se siente lo buenas que están y se anhela que llegue el día para hacer las filloas. Sin embargo, mucha gente y muchos restaurantes hacen filloas y las ofrecen como postre y la gente las come, por lo que las filloas ya no son lo mismo, sino que son algo demasiado asequible para ser valorado. No se valora más que lo que se necesita. Lo otro es sencillamente un consumo más, un vicio más. Soy partidario de que las tradiciones nos hagan recordar nuestras raíces y sentirlas y no desperdigar el hecho de comer filloas o hacer bailes de carnaval todos los fines de semana del año. Al final, acabamos cargándonos las tradiciones y no dándoles la importancia que realmente tienen en nuestras vidas.

Total, que estamos no antroido y hay que disfrazarse, porque se pasa muy bien, sólo en el hecho de disfrazarse y reirse con tu familia o amigos de lo mal que vas disfrazado. Hoy volveremos a hacerlo en familia e iremos a un baile de tarde, de disfraces. El carnaval es para estar dentro de él, para vivirlo, como todo en la vida, y no para mirarlo. Los que miran sólo se pueden reir y poco más, pero los que viven la risa y la gracia son los que nos metemos en el follón. Como en todo, hay que vivir y aprovechar las vivencias, pasarlo bien viviendo.

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