Homenaje a Público y a sus lectores

Hace unos meses, Público me había solicitado que participase en sus páginas de opinión.

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La verdad es que me pareció una buena idea que había animado mi buen amigo Antonio Izquierdo. Me pedían que les mandase varios artículos, y unos días después me acordé y me puse a escribir. Pensé que era mejor contar cosas de lo que hacía y de lo que pensaba sobre el sistema educativo.

Lo cierto es que la cotidianidad me llevó a olvidar el encargo y durmieron dos artículos en mi disco duro durante varios meses. Hace dos o tres meses, cuando se empezó -o yo empecé a oir- que Público iba a tener dificultades, me acordé de los artículos, los volví a leer, pero me pareció que no representaban meses después lo que yo quería decir, y como no tenía mucho tiempo, pensé que era mejor no enviarlos, más que nada por no tener que revisarlos y actualizarlos.

Hoy me parece que aunque sea como homenaje a la labor que ha venido haciendo en los últimos años, vale la pena reproducir uno de ellos al azar: ahí va.

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El monopolio de la especialización y el control o cómo pueden ir las cosas con esto de Bolonia

“Nunca he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las verdades …. (podían ser) complementarias, sin dejar de ser antagonistas. Nunca he querido reducir a la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad”. Me identifico con Edgar Morin.

Como profesor, como profesor que ama lo que intenta, aunque no siempre lo con siga, vivo una contradicción en experiencias, en ideas, en la vida, en las relaciones, una contradicción interior que no puedo resolver –eso creo- convirtiendo en verdad –¿absoluta?-, dicha en una lección magistral, tal vez por miedo o por ignorancia, en una enseñanza para repetir y luego controlar en un examen, que me devuelvan la verdad (sic), esa verdad, aunque sólo sea para obtener un aprobado raso. No es posible que lo que más hayamos añadido en los últimos tiempos a la enseñanza, en general, no sólo en nuestro país, pero también aquí, sea control, evaluación, seguimiento, y devolver al 50% las “verdades” que tienen que aprender y repetir nuestros alumnos. No nos engañemos: esto que estamos viviendo es casi mucho peor, aunque hoy en día tenemos recursos que no teníamos en otros tiempos.

Bolonia está significando “uniformidad” y más control. Aunque el problema no es “Bolonia”, sino la forma propia -¿tal vez católica-apostólica-romana?- de nuestras instituciones y nuestra cultura. Bolonia no sólo es un sistema de reproducción de baja calidad, para forjar especialistas, técnicos y gente que piense y sienta poco -y si lo siente, que lo haga dentro de los muros de su casa y sin gritar mucho-, sino también es un homogeneizador –en la versión española- y un “más controlador”.

Nos hemos hinchado de montar más y más especialidades, y más y más masters, cuya calidad innovadora y aplicada es más que discutible, con excepciones, que las hay. Y casi siempre la especialización va seguida de la uniformidad y conduce a ella, y cuando nos conducimos hacia una pérdida del sentido de nosotros mismos y de la relación de las cosas con otras y sobre todo de las personas con otras, lo único que queda es el control, la evaluación, cuanto más continua mejor. Porque se puede aceptar que hay muchas formas de evaluación, pero no es ése el camino que estamos siguiendo, sino que la evaluación que contemplamos en las aulas con los alumnos y en las Anecas y otras formas con profesores, es una evaluación no de competencias, sino de competitividad, una lucha por la subsistencia, que condiciona las formas de trabajo, la libertad y los espacios de aprendizaje, de una manera evidente. Una evaluación sádica, cada vez más sádica, que obliga al evaluado a ser más dependiente, menos autónomo, y tener que hacer lo que le dicen que tiene que imitar, consiguiendo de esa forma seres uniformes y sometidos, plenamente subordinados al poder que corresponda, es decir, al del mercado del capital y sus diferentes instancias.

Los grados son más especializados, porque una buena parte “de lo que les sobraba”, es decir, lo que no era propiamente su especialidad, lo han denigrado (por ejemplo, eliminar las economías de Sociología o las sociologías de Económicas, que tanto monta, monta tanto, y es un acto repetido). Eso significa que los grados han homogeneizado aún más su discurso, no sólo por las materias en sí, poco transdisciplinarias, sino por la “evitación” de mezclas o fusiones innecesarias, aislándose cada vez más. Lo leía hace poco en Wallerstein ………

Los masters son supuestamente formatos de mayor especialización y fragmentación , pero es que se plantean por asignaturas, es decir, fragmentados, y el sentido de interrelación, estructural o sistémico –según uds. gusten- es mínimo, y en general, y como mucho, sólo confluye en un proyecto de fin de master, hecho de manera individualizada y en control de un tutor, en general también poco motivado.

En la práctica, la manera en que se ha planteado la “revolución Bolonia” es fallida, tanto en el corto, como en el medio y largo plazo. No tiene futuro, ni tampoco presente. El futuro está en la ciencia de la complejidad, no en la de “la organización científica del trabajo” y la división en trocitos de un árbol común que tendría que ser el conocimiento. La complejidad significa que las cosas, por su cuenta, no tienden al equilibrio, como parece que necesita el modelo dominante, sino que más bien tienden a un cierto desequilibrio, que podíamos hasta llegar a llamar –y llamamos- caos. Que, sin embargo, la vida se autogenera –autopoiesis de Maturana, Varela y compañía-, aunque para nuestra ¿desgracia? no podamos saber bien por dónde va a ir. Los modelos predictivos están en decadencia; podemos proponernos cosas, podemos tener gustos y deseos, pero las cosas van por donde van, aunque podemos intentar acercarnos a ellas.

Y la complejidad es casi lo contrario que la especialización. La especialización se hace cuando existe un tronco común y muy sólido, un tronco en equilibrio, pero aquí no podemos predecir ni siquiera como va a ser el tronco, aunque podemos estudiar como son las cosas, y para ello, en vez de aferrarnos a lo que sabemos, operamos teniéndolo en cuenta, pero experimentando, basándonos más bien en espacios de intercomunicación que facilitan el intercambio entre personas de experiencias, proveyendo experiencias, deconstruyendo el conocimiento constantemente. Es decir, “no sabemos”, sino que “deconstruimos” nuestro conocimiento a través de la acción, de la experiencia de nosotros mismos. En otras palabras, cuando nuestros padres no quieren que hagamos algo porque a ellos les ha ido mal, están equivocados, porque tendremos que vivir la experiencia –que nunca será igual que la de ellos- y compartiéndola con unos buenos métodos de trabajo y de desarrollo de la propia identidad y de la identidad colectiva, avanzar en formas nuevas de conocimiento, que no excluyen la especialización, pero sí evitan las patologías derivadas de su exclusividad monopolista.

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Un comentario en «Homenaje a Público y a sus lectores»

  1. La especialización llevada a las consecuencias técnicas que se está llevando conlleva una pérdida del sentido, del horizonte y del ser humano. En su lugar queda la robotización del proceso de aprendizaje, la clonación de ideas y modelos, y la reproducción de lo mismo. Este camino ya lo estábamos haciendo, pero Bolonia nos ha venido bien como disculpa para profundizarlo y convertir el espacio de aprendizaje en un espacio para la tecnificación del lenguaje y la dispersión de las sensibilidades y conocimientos.

    Y lo curioso es que las ideas de Bolonia podían haber significado para nuestro caduco sistema educativo, un buen avance hacia formas más interactivas, hacia mayor presencia del alumno como protagonista, hacia una mayor especialización pero manteniendo el conjunto y el sentido de las cosas, para una mayor participación del estudiante en su propio aprendizaje …. pero pocos de estos beneficios podrán plasmarse cuando miremos desde dentro de diez años lo que nos ha pasado … en esta década. Porque lo que sí ha quedado de Bolonia es la otra parte, la más lamentable desde un punto de vista humanista, aquella que incide en la construcción de una sociedad dependiente, al servicio de los más míseros intereses y que no necesita que sepamos, sino que nos comportemos adecuadamente a los intereses de los que mandan, sean estos empresarios o políticos o lo que sea.

    Y esta contradicción va a ser difícil que la superemos.

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