Experiencia vivida y no ideas (3. Buenas prácticas)

Hasta ahora hemos desarrollado las dos primeras buenas prácticas para desarrollarnos hacia la innovación: esfuerzo-continuidad, por un lado, y comprensión, síntesis de los aprendizajes, resúmenes sucesivos. Vamos a pasar a la tercera buena práctica. La hemos definido como sigue en https://www.robertocarballo.com/2016/06/02/buenas-practicas-para-innovar/ que es el esquema básico sobre el que trabajamos.

«3. Es una buena práctica, que todo tenga un sentido práctico, aplicativo. Hacer las cosas sólo por saberlas no suele ser tan
buena práctica como la indicada»

Esta frase quiere decir muchas cosas, pero tal vez la principal es que la innovación no nace ni tiene su origen y desarrollo en «la idea», sino en la experiencia propia y del entorno social, en las experiencias que vivimos de forma inmediata: nace de la misma práctica, y de ahí que esa «necesidad social» detectada tiene en su germen las salidas posibles y las salidas que podíamos llamar «buenas», es decir, bastante acertadas.

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La probabilidad de que una idea dé lugar a una innovación social es muy baja. A todos se nos ocurren cosas, y está claro que no hay un mercado de ideas, entre otras cosas, porque no sólo son poco útiles, sino que son ocurrencias para gente que no trabaja, ni le interesa esforzarse, para gente que quiere «iluminar» a los demás con sus «bombillas» encendiéndose, de poses y parece que se es, cuando no se es. La importancia social del mundo de las ideas está muy vinculado al poder y a los que lo detentan o quieren continuar haciéndolo. Esos, que en su gran mayoría, quieren ganar mucho con poco esfuerzo o tienen una solución «óptima que nadie conoce» y que sin duda puede con un buen plan de marketing engañar a mucha gente.

Las ideas están vinculadas a los poderosos -y al poder- que, en su mayoría, dada su ignorancia, prefieren llegar rápido -aunque nunca lleguen- y no saber, porque saber-conocer es muy pesado y hay que currárselo mucho. Las ideas sirven para ideologizar el mundo y confundir a una gran mayoría que piensa que aquellos que las tienen son mejores y estamos subordinados a ellos. Y es así, pero no tendría que serlo (las ideas son subterfugios de la religión y de la fé).

A la idea se llega no desde el sueño, sino desde la experiencia, propia o social. No es antes la idea que la experiencia, sino que si hay que saber por dónde empiezan las cosas, hay que detenerse en las experiencias, en los intentos, en las búsquedas, en las investigaciones, en la vida misma. Ahí es dónde se ¿fraguan? las posibilidades de llegar a ideas que luego planificadas puedan dar lugar a cambios. La secuencia sería: experiencia propia-experiencias de muchos. de más cercanos a más lejanos-inferencias sucesivas-encuentros con aproximaciones al conocimiento-comprensiones parciales-oportunidades-ideas-posibilidades, y luego vendrían los planes y su desarrollo práctico. Es una forma de contarlo, pero si volviese a empezar, pondría otras palabras para expresar más o menos lo mismo: experiencia vivida-conocimientos parciales-ideas-planes ……

No digo que no sea preciso soñar para idear, sólo digo que si has acumulado experiencias y las has vivido, si has dado continuidad a tu esfuerzo y trabajo y si no has trabajado con síntesis sucesivas esas mismas experiencias, es posible que las «ideas» lleguen continuamente a tí, ideas adecuadas a cada cuestión, y ya elegirás entre ellas la mejor posible.

Este -el que ahora vivimos- sigue siendo un mundo de idealismos y de sobrevaloración por encima de lo que son: casi nada. Los idealismos y los ideólogos, tan valorados en el mundo capitalista, son una panda de engañadores y delincuentes, que quieren insuflarnos sus «ideas» para así manipularnos mejor, y convertirnos en creyentes, en vez de ayudarnos a aprender y a conocer mejor lo que se puede hacer. Los políticos y los media son los grandes representantes en este sistema de los manipuladores e ideólogos, que forjan una niebla espesa respecto a lo que es, y lo transforman en lo que quieren ellos -que viven de los excesos- y no lo que necesita la sociedad. La sociedad es convencida, en realidad, es vencida, por los argumentos que se derivan de ideas, la mayoría de las veces lamentables, que nos inundan continuamente.

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Pongamos un ejemplo, el neoliberalismo dominante. Sólo hay que fijarse que los dos grandes propulsores -y políticos- de tal ideología han sido dos malos profesionales, dos malos políticos, como eran la Thachter y el serie C de Reagan. Pero es que las ideas tanto de Hayek como de Stigler o Friedman eran «enanos» del conocimiento, que tuvieron que refugiarse en algo tan simplón como «la mano invisible» de Adam Smith y convertirla en dogma para tontos. Ninguna complejidad equivalente a la complejidad social; sólo una idea de cuarta, un neo-naturalismo simplón, que sin duda puede convencer a cualquiera que no sea nada, no quiera esforzarse o le interese (no hay que olvidar que el mercado es el peor distribuidor de renta y riqueza y utilizarlo exageradamente da siempre lugar a enriquecimientos y empobrecimientos selectivos, es decir, a desigualdades sociales, no necesariamente basadas en el conocimiento, sino en el posicionamiento de cada elemento en la pajarera social).

Los precios del mercado están cada vez más lejanos de los valores en los cuales tendrían que apoyarse para ser intercambiados. Ya lo decía, y muy bien dicho, Machado, «todo necio confunde valor y precio». Los neoliberales de Chicago y muchas confluencias simplonas son como mínimo necios o lo que es peor, ambiciosos, corruptos e interesados en el poder. Nada más. De alguna forma, cuando no sabes o no tienes interés en saber «te conformas con el mercado».

El mercado capitalista es un sistema de intercambio desigual y tendente al desequilibrio. Los ciclos de las economías de despilfarro que son las capitalistas están siempre precedidas de grandes «exageraciones», se les ha dado en llamar «booms» o «burbujas», o «negocios» o «especulaciones» que al convertirse en masivas, acaban engañando a los mismos que entran en ellas, y son precisamente esos últimos las que acaban tirándose por las ventanas, porque lo han perdido todo, casi siempre las clases medias ambiciosas. Los poderosos «se han adelantado» al mercado o han provocado que el mercado vaya hacia arriba o hacia abajo y como hizo Rothschild con la batalla de Waterloo engañar al resto de los especuladores, haciéndoles suponer que los ingleses habían perdido con Napoleón, o engañando al fisco como se cuenta del primer March con el contrabando de zapatos del pie derecho o del pié izquierdo. El mercado capitalista nos lleva a la depresión, y curiosamente, todos han de apretarse muchísimo sus cinturones hasta que el salario caiga por debajo de los niveles de subsistencia -otra vez- y entonces, los inversores capitalistas entiendan que ya pueden volver a ganar dinero, elevando su beneficio. No, el mercado es una simpleza, una idea no sólo mala, sino inútil y sólo útil para los ignorantes y los que viven del trabajo de las grandísimas mayorías.

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Resumiendo, es la experiencia vivida la que nos permite generar espacios que favorezcan innovación. La innovación no nace, ni aparece desde la idea, que en el fondo no es más que un sueño ….. Por tanto, si se quiere llegar a la innovación social es preciso vivir experiencialmente, es decir, vivir ….. y hacer caso de mis dos consideraciones anteriores. Lo esencial es la innovación es la acción, la experiencia, pero siempre vinculada al conocimiento de ella derivada, que la va transformando sucesivamente, sobre todo, a partir del aprendizaje, al que normalmente se llega más fácilmente desde el error, que no de la idealidad y la prepotencia de las ideas.

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